Hasta la salida de la dictadura,
la democracia en la
Argentina no valoraba
las pocas denuncias que se presentaban
contra
funcionarios por corrupción
Había versiones, algunas más consistentes,
otras fueron puras habladurías, pero prácticamente
no había
presentaciones ante la Justicia
De ese escenario vacío se pasó
al show
mediático de la actualidad
y a un denuncismo que se alimenta
de recortes
de diario,
que tiene un eje más político que ético
y que genera más
confusión que claridad
con respecto a una reacción ciudadana
contra la
verdadera corrupción
Las denuncias por corrupción
se han convertido en uno de los
argumentos centrales
de la campaña electoral de un sector de la
oposición
Elisa Carrió se ha destacado como denunciadora
y hasta acusó a sus competidores del frente Unen
de no hacer
denuncias
Carrió no ha destacado como legisladora,
y sus
intentos por conformar
agrupaciones políticas fueron un fracaso
El
argumento central
de su campaña
son las denuncias
que han alimentado su
imagen
Las
denuncias son presentadas ante la Justicia
con poco más que recortes
de diario como prueba
El mecanismo es simple
Las denuncias se publican
primero en los grandes
medios
y luego Carrió se encarga
de llevarlas a la Justicia
Si los
jueces no corroboran lo que se publicó,
los medios, para no perder
credibilidad,
acusan a los jueces de complicidad,
y la denuncia entra en
un círculo vicioso
que impide saber si una denuncia es verdadera o
fabricada
Lo que debería ser una práctica
de participación ciudadana
se ha
convertido en una parafernalia de denuncias,
gracias a la cual se ha
puesto en tela de juicio
la credibilidad de los medios, de los
periodistas,
de los funcionarios sean o no corruptos,
de los políticos
porque hacen o no hacen denuncias,
de los fiscales porque toman o no
esas denuncias para acusar,
y de los jueces porque nunca o casi nunca
llegan a condenar a nadie porque la gran mayoría
de esas denuncias son
casi imposibles de comprobar
y están motorizadas por algún interés
político o económico
en el caso de Carrió, la visita a los tribunales
es lo
mismo que un acto en la cancha de River
o una volanteada en los barrios
Las denuncias de este tipo disparan un mecanismo
tan perverso como
el de la corrupción
En primer lugar, no tendría que importar
siquiera
que la denuncia tuviera un interés de tipo político
Si es consistente,
tiene que ser investigada
sin importar quién la formula
Pero cuando hay
decenas de denuncias,
lo menos que se puede pensar
es que está
gravitando más el interés político
que una cuestión ética
Durante muchos años,
el periodismo de investigación estuvo
erradicado
de los grandes medios en la Argentina,
igual que las
denuncias por corrupción
El periodista de investigación por excelencia
fue Rodolfo Walsh, y sus principales trabajos
fueron publicados en
medios más o menos alternativos
o en el formato de libros, porque eran
rechazados
por los grandes medios
A la salida de la última dictadura,
este género hasta entonces maldito
se fue instalando como una práctica
usual de los periodistas
y en ese proceso, sin duda, fueron muy
importantes
los trabajos de Horacio Verbitsky en Página/12
Pero las pautas que controlaban el flujo de información
fueron
cambiando en los años ’80
al punto de que, ya en los años ’90, los
grandes medios
que antes lo evitaban, ahora habían convertido
el
periodismo de investigación
en un género mayor de sus publicaciones
Así el periodismo de
investigación
se convirtió así también en un buen negocio,
y lo que
debería ser un trabajo laborioso
comenzó a plagarse de operaciones
políticas
La apariencia de una denuncia es más fácil
y tiene el mismo resultado que una denuncia real
y tiene el mismo resultado que una denuncia real
El periodismo de investigación sin rigurosidad,
sin responsabilidad, se convierte en una herramienta perversa
El mecanismo es perverso
porque no importa si la acusación es real o
no
si existe la
denuncia, la duda queda instalada
Y si la presentación es respaldada por un gran aparato de
difusión,
ningún fiscal querría ser fusilado en los medios por rechazar
una denuncia
Cuando ese fiscal presionado la toma,
la duda se hace más
grande
y logra el efecto político que se busca
Y el juez, bajo esa
fuerte presión,
puede llegar hasta declarar un imputado,
total, hasta
ahí no tiene costo
Pero cuando el acusado
llegó
al punto de ser imputado,
en esa instancia
ya fue linchado por los
medios
y por parte de la sociedad
Desde un punto de vista ético,
ciudadano, periodístico o político,
la corrupción es detestable
El lugar de la denuncia es el más
consecuente con esa definición
Pero el denunciador serial responde
a
una derivación perversa del lugar de la denuncia
El grotesco en ese caso
solamente puede ser instalado
como natural por el formidable poder
simbólico
de un sistema corporativo de grandes medios y multimedios
A
un medio chico,
y a contrapelo de los grandes medios,
le resulta muy
difícil instalar una denuncia
Para lograr que le presten atención,
tiene que hacerlo con pruebas, datos,
testimonios y distintas fuentes
confirmadas,
sin huecos ni lugar a dudas
En cambio, una denuncia
–verdadera o fabricada–,
publicada por un diario de un multimedios,
es
repetida después en las radios de ese multimedios,
en su agencia de
noticias,
en sus señales de cable nacional
y en las señales locales,
y
también es levantada por otros medios
ue forman parte del sistema de
manera corporativa
Ese formidable poder simbólico funciona
como una
maquinaria de autovalidación de la denuncia,
no importa si es fabricada o
sólo esté armada
con presunciones o testimonios endebles o interesados,
y se haga una novela de situaciones circunstanciales
Si antes el problema
era que no se denunciaba la corrupción,
ahora
la cantidad de denuncias
hace que el problema sea poder
distinguir
cuál de todas o si alguna de ellas
tiene verdadera entidad
El
denunciador serial
hace más difícil la lucha contra la corrupción
porque
desnaturaliza la verdadera denuncia,
que es una de las pocas
herramientas
para combatirla
Entonces, el lugar del denunciador serial
no es el lugar ético,
ni siquiera es el del débil contra el poderoso
La idea de la
denuncia como
“operación”
pasó a ser patrimonio de los poderosos
en
defensa de sus intereses
y la convierte en denuncismo
Luis Bruschtein
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