jueves, 29 de agosto de 2013

Pablo Neruda y el Winnipeg, derrotero de la esperanza



"Me gustó desde un comienzo
la palabra Winnipeg


Las palabras tienen alas o no las tienen


La palabra Winnipeg es alada


La vi volar por primera vez
en un atracadero de vapores, cerca de Burdeos





Era un hermoso barco viejo,
con esa dignidad que dan los siete mares
a lo largo del tiempo..."


Ante mi vista, bajo mi dirección,
el navío debía llenarse con dos mil hombres y mujeres


Venían de campos de concentración, de inhóspitas regiones del desierto


Venían de la angustia, de la derrota y este barco debía llenarse
con ellos para traerlos a las costas de Chile, a mi propio mundo que los acogía


Eran los combatientes españoles


 que cruzaron la frontera de Francia
hacia un exilio que dura más de 30 años


Yo no pensé, cuando viajé de Chile a Francia,
en los azares, dificultades y adversidades
que encontraría en mi misión


Mi país necesitaba capacidades calificadas,
hombres de voluntad creadora, necesitábamos especialistas







Recoger a estos seres desperdigados,
escogerlos en los más remotos campamentos
y llevarlos hasta aquel día azul, frente al mar de Francia,
donde suavemente se mecía el barco Winnipeg,
fue cosa grave, fue asunto enredado,
fue trabajo de devoción y desesperación


Mis colaboradores
eran una especie de tribunal del purgatorio


Y yo, por primera y última vez, debo haber parecido Júpiter a los emigrados


Yo decretaba el último Sí o el último No


Pero yo soy más Sí que No,
de modo que dije siempre Sí





El gobierno de Chile, presionado y combatido,
me instaba en un telegrama a cancelar el viaje de los emigrados


Hablé con el Ministerio de Relaciones Exteriores de mi país


Era difícil hablar a larga distancia en 1939


Pero mi indignación y mi angustia se oyeron a través de océanos
y cordilleras y el Ministro se solidarizó conmigo


Después de una crisis de gabinete, el Winnipeg,
cargado con dos mil republicanos
que cantaban y lloraban,
levó anclas y enderezó rumbo a Valparaíso








Yo sentía en los dedos
las semillas de España
que rescaté yo mismo,
y esparcí sobre el mar,
dirigidas a la paz de las praderas





Que la crítica borre toda mi poesía,
si le parece


Pero este poema,
que hoy recuerdo,
no podrá borrarlo nadie



“Misión de amor”


Pablo Neruda




A finales de julio de 1939, Delia del Carril,
pintora y grabadora bonaerense,
vinculada a lo más granado de la intelectualidad argentina y española,
junto a su esposo, veinte años menor que ella, el poeta Pablo Neruda
y el diplomático chileno Carlos Morla Lynch,
se abocaron a la ardua tarea de articular el forzoso viaje
de dos mil setenta y ocho (1200 hombres, 418 mujeres y 460 niños)
refugiados republicanos de la Guerra Civil Española, hacia Chile


Desde donde el Presidente del Frente Popular,
Pedro Aguirre Cerda impulsó la traída de españoles,
sorteando no pocas dificultades y la oposición
de los sectores reaccionarios de siempre, Iglesia chilena incluida


Al subir al barco, los pasajeros de aquel precario paquebote
de bandera canadiense, recibieron una colchoneta, una manta,
dos sábanas, una almohada y una pequeña bolsa
con productos para la higiene personal,
junto a una tarjeta de colores para racionar
los turnos de comida durante la interminable travesía






A los niños se les entregaron maletines
con material escolar y lápices de colores
para que pudieran dibujar, con un folleto en el que se reseñaba
la historia de aquel país remoto llamado Chile,
describiendo su geografía y explicando
los conceptos jurídicos principales de su
Constitución republicana


También incluía un saludo de bienvenida,
redactado por el propio Neruda,
subrayando el afecto con que se les recibiría


El país de Chile sonaba extraño
para aquellos refugiados españoles
que nunca habían oído hablar de él
Muchos preferían embarcarse a México
o a la conocida y próspera Argentina



El Winnipeg era un viejo carguero de bandera francesa
que transportaba las más diversas mercancias desde África a Francia,
de alrededor 5.000 toneladas


No solía llevar a más de 70 personas


Se tuvieron que acondicionar sus bodegas
para poder dar cobijo a los más de 2000 refugiados


que habían acudido de los más diversos puntos de Francia
huyendo de la Guerra Civil española
y temiendo el estallido de la Segunda Guerra Mundial

Esta singular odisea fue organizada
por el poeta Pablo Neruda
que volvió a Chile en 1937,
tras haber sido cónsul desde 1934
en Madrid y en Barcelona








EL ARRIBO A DESTINO
El 30 de agosto los pasajeros avistaron tierra
y el vapor atracó en el puerto de Arica,
en la frontera con el Perú,
en donde recibieron las primeras muestras
de afecto del pueblo hermano




 Se esperaba que llegaran a Valparaíso
en los primeros días de septiembre,
en donde se estaba preparando
la recepción de los refugiados




La misma noche se continuó el viaje ya por aguas chilenas,
lo que trajo una gran tranquilidad al pasaje,
pues hasta ese momento temían que el barco
pudiera volver por presiones de las autoridades franquistas





espacio abierto 








 

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