domingo, 8 de septiembre de 2013

La seguridad es lo más inseguro del mundo



 
 
La (in)seguridad es un asunto serio,
y también riesgoso, porque suele costar vidas
 
 
Por eso debería tratárselo con cuidado,
como una cuestión de Estado
 
evitando en lo posible sujetarlo
a necesidades de otro tipo:
como por ejemplo,
las de una fugaz coyuntura electoral
 
 
 
 
El fragor de las campañas
suele producir discursos políticos
que casi siempre
se desbarrancan hacia lo paranoico
 
La oposición mediática
y sus voceros partidarios
los producen todos los días
 
 
 
 
 
El sujeto del discurso es fundamental 
 
Aquí y en cualquier otro lugar del mundo
la oposición es eso: oposición
 
Y, por lo tanto, no gobierna
 
En la Argentina, la oposición ha hecho de la inseguridad
una de sus banderas, quizás la que enarbola con mayor entusiasmo
 para ganar votos fogoneados por el miedo,
sobre todo en los amplios sectores de una mediocre clase media que,
dada la composición del electorado, terminan definiendo una elección
 
 
 
Aunque la fórmula ya se ha transformado
casi en un lugar común no deja de ser cierta:
un fascista no es otra cosa que un pequeño burgués asustado
 
 
 
 
 Y los pequeños burgueses
compran compulsivamente
la famosa “mano dura”
como solución del problema
 
 
 
 
 
Porque el problema de “la” inseguridad
(más allá de su utilización político electoral)
existe y afecta la vida cotidiana de los argentinos
 
Que la Argentina sea uno de los países más seguros de América latina
es relevante a nivel general, pero de poco sirve saberlo
cuando se trata del contagio del susto provocado
 
Y desde ese susto individual
pero mediáticamente contagioso
se termina clamando por la mano dura
 
Es decir: bala para los delincuentes, baja de la edad de imputabilidad,
detenciones preventivas o arbitrarias por simple portación de cara,
represión a los piquetes... y no me vengan con garantismos
 
 
 

Desde esa sensación enajenada
(que provocan y, a la vez, los retroalimenta)
es que los medios hegemónicos y gran parte
de la dirigencia política opositora generan una agenda
 
Su propia agenda electoral, la que apenas pueden
Pero, claro, ninguno de ellos gobierna
 
 
El problema, mucho más grave,
es cuando por necesidades electorales
esa misma agenda termina siendo
tomada por quienes sí gobiernan
 
 
 
 
 
Porque entonces el discurso paranoico se encarna,
produce hechos concretos y tiene consecuencias
sobre la vida de todos los habitantes
 
 
Ya no es cualquier discurso:
es un discurso de Estado
 
Y el discurso del Estado, inevitablemente,
se hace impronta en la vida de los otros
 



 Daniel Cecchini
(Extracto de lo publicado)









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