Así como se democratizaron
las instituciones políticas
y se democratizaron también
los vínculos sociales
¿se democratizó el sexo?
Siguiendo al sociólogo francés Eric Fassin,
que ha dedicado buena parte de su obra a estudiar
la relación entre esfera pública y esfera privada,
podríamos decir que sí
El razonamiento es simple:
si la democracia supone la capacidad
de la sociedad de gobernarse a sí misma
más allá de cualquier principio trascendente
(Dios o lo que sea),
entonces el sexo se ha democratizado
en el sentido de que se ejerce
ya no según los mandatos tradicionales
(reproductivos, patriarcales, heterosexuales)
sino de acuerdo al gusto y placer de cada uno
No se trataría de ejercer una sexualidad sin normas,
lo cual a Fassin le parece tan imposible
como una sociedad sin reglas,
sino de aceptar que la democratización de la sexualidad
implica que las normas son discutidas y consensuadas
dentro de cada pareja (o trío o lo que sea),
sin más prohibiciones que aquellas
contempladas en el Código Penal
(violencia, menores, etc.)
El único límite es el consentimiento
El planteo, que a primera vista
puede parecer abstracto, se verifica en concreto
Si se mira bien, es fácil comprobar que en estos treinta años
diferentes grupos sociales mejoraron su capacidad de goce sexual:
las mujeres, sobre todo las pobres, porque
se han implementado políticas de salud reproductiva
que les permiten acceder a métodos anticonceptivos
y disfrutar de su sexualidad sin temor al embarazo,
y también porque la progresiva toma de conciencia social
acerca de las desigualdades de género les posibilita
“negociar”
su vida sexual en otras condiciones
(y, en el extremo, decir no)
También mejoró el disfrute
de los jóvenes y los adolescentes,
porque los “nuevos pactos familiares”
replantearon las relaciones inter-generacionales,
menos autoritarias que en el pasado
Paralelamente, las minorías sexuales
fueron encontrado espacios para el ejercicio de su sexualidad
que antes estaban limitados a los submundos gays
Finalmente, mejoró también la performance
de los mayores quienes se liberaron de prejuicios
arrastrados de una sociedad signada por el autoritarismo
Las mujeres, los jóvenes, los gays, los mayores…
no parece absurdo afirmar que,
en un contexto de progresiva retirada del autoritarismo
y debilitamiento de las tradiciones patriarcales y conservadoras,
los avances en materia de tolerancia a la diversidad y respeto de la diferencia,
valores promovidos por las instituciones democráticas e imposibles
e garantizar sin ellas, mejoraron los “niveles de placer”
de los sectores más vulnerables de la sociedad
Estamos pues ante una conquista fundamental de la democracia,
imposible de medir pero muy real en la vida de millones de personas
que se inclinan cada vez más por una sexualidad más libre,
alejada de las necesidades reproductivas
Y ciertamente más divertida
Todo es político
Al tiempo que ocurrían estos cambios,
se producía también una politización del sexo
La irrupción del sida,
que con el primer caso notificado en Argentina en 1982
prácticamente coincidió con el regreso de la democracia,
le permitió al Estado recuperar su “autoridad sexual”,
aunque no ya para imponer un mandato moral o religioso
sino para desplegar una política sanitaria
orientada a la prevención del virus
El efecto, sin embargo, no fue sólo epidemiológico:
el uso del preservativo,
es decir la introducción en el momento sexual
de un objeto ajeno a los cuerpos,
nos recuerda que existe un mundo externo,
lo que a su vez hace visible el hecho
de que las relaciones sexuales no son naturales,
un simple reflejo de la biología,
sino que están condicionadas
por el entorno social y atravesadas
por relaciones de poder,
son construcciones sociales
históricamente situadas
y no pura pulsión primaria
La tesis final es la siguiente:
hay una conexión
entre la creciente aceptación social
de la diversidad y el pluralismo sexual
y la intervención del Estado
vía políticas sanitarias
en los mundos íntimos
de las personas
En tiempo de descuento,
la democracia argentina descubrió que,
como decían las primeras feministas,
lo personal también es político
José Natanson
LE MONDE
diplomatique
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